Edición, estudiopreliminar y notas de José Luis Abraham López |
Mariano Pascual de Riquelme y Matz
(Cartagena, Murcia, 1933 - Zaragoza, 1994) es un poeta desconocido, sólo
presente en la memoria de algunos poetas de su tierra, pues sólo publicó en vida
Más allá del silencio (Cartagena, Hijo de Dionisio Martínez, 1962),
Alma en la sombra (Cartagena, Galera,
1972) y Poemas rebeldes con música al
fondo (Cartagena, Galera, 1972), este último con Damián Ximénez. Ahora se ha
rescatado el primer libro y se añaden otros dos inéditos, Los ojos de
la noche y Viento en la tarde, al parecer de
factura anterior al primero, los tres publicados en la editorial Huerga y
Fierro en 2013, gracias a la iniciativa de José Luis Abraham, estudioso
de poesía afincado en Granada, que realiza un documentado estudio introductorio
sobre la vida y la obra del poeta. Pascual de Riquelme pertenecía a una familia
pequeño burguesa venida a menos, cursó estudios de Derecho pero nunca llegó a
ejercer su profesión ni ninguna otra. Fue un inadaptado, un exiliado de sí
mismo, en continua fuga hacia no se sabe dónde, un atormentado en busca de
algún lenitivo que mitigase el mal de su existencia. De hecho vivió en varias
localidades españolas, Cartagena, Madrid, Santa Fe (Granada), Zaragoza, Olot
(Gerona), como si buscase una paz que nunca tuvo. Se casó y tuvo tres hijos,
pero su relación amorosa tuvo muchos altibajos, siempre a causa de su
inadaptación a la vida práctica y de sus delirios. Poeta del dolor y del abismo
lo define el editor Abraham. Uno de los temas que recorren toda la poesía
riquelmiana, en especial, Más allá del
silencio, es una pulsión de muerte que se hace presente en gran parte de
sus poemas, bien creando atmósferas apocalípticas, visiones escatológicas, o bien
con continuas invocaciones y menciones a la muerte, hermana de la vida, según
el poeta, la cual le perseguirá a lo largo de su existencia hasta el último gesto
de su vida, cuando en 1994 se tira desde el tren en marcha que recorría el trayecto
entre Madrid y Zaragoza, ya cerca de esta última. El propio título de algún
poema como «Equilibrio sobre la cuerda de la muerte» lo confirma. Su vida fue
encarnación de la ausencia, de cuanto no existió porque sólo existía en el
pasado o en el futuro, “las cosas/que podían haber sido y no fueron” (ibídem),
al mismo tiempo que se percibe por muchos de sus poemas la búsqueda de la
identidad más que de la felicidad.
Parece ser que ese mal
de vivir que le acompañaba estaba provocado por la muerte a los 14 años de una
hermana a la que no conoció, a raíz de cuya desaparición su padres decidieron
tener un segundo hijo, que resultó ser nuestro poeta, el cual siempre se
percibió como hijo asociado a la muerte de la hermana, como si su existencia
estuviese unida irremediablemente a otra persona ausente, al mundo de las sombras,
a la sombra de una vida inauténtica e infeliz y, por ende, a la ausencia de su
propio ser, ya que para que él naciera hubo de producirse antes la muerte de
otro ser. Y ese otro ser consanguíneo era como un espíritu luctuoso que
convivía con el poeta. No en vano en algunas de las cartas inéditas enviadas a
la poetisa María Teresa Cervantes dice que él tiene un alma femenina llamada Kima,
y en otra de 1993 dice que “Aunque mi hijo me acompaña bastante, echo de menos
a Kima, que, como sabes, es el amor de mi vida”. Kima es el “ánima”, la parte
femenina de Pascual de Riquelme, es también el Arte, como dice el poeta en otra
carta inédita, y a ella dedica el poema «Fracaso» (Más allá del silencio). Es muy probablemente también el alma de la
hermana difunta. Por eso dice que “Están entre nosotros los vivos y los muertos,/las
cosas que hoy existen y las cosas/que podían haber sido y no fueron” («Equilibrio
sobre la cuerda de la muerte»). Si el hombre es un ser de lejanías, como decía
Heidegger, el poeta los es aún más, y sueña lo otro en sí y el allá situado acá
y viceversa. Lo pasado lejano y lo futuro lejano conviven en un presente
ausente («El mundo pasó cerca de ti!», Idem). Esa imposibilidad de un presente
lo lleva a la lontananza, a la ausencia. De hecho, la ausencia de identidad y
de felicidad serán en Pascual de Riquelme la raíz de su mal de vivir. Por eso
dirá que cuando venga de la muerte llegará “sin origen” («Autopromesa», Más allá del silencio).
Poeta del
dolor y del abismo, el dolor personal va unido al dolor existencial y al dolor
social, por ello se sentirá hermano de las personas desarraigadas, enemigo de
las apariencias y de la hipocresía social. La crítica social de su poesía
dirigida no sólo a la gris e irrespirable sociedad del franquismo sino a todo
tipo de estado se hace patente en Los ojos de la noche, en donde, con ánimo de
universalidad romántica, hoy aún más comprensible tras la impudicia de la
democracia occidental, reconoce el nepotismo de todo aparato de Estado: “Siempre ha sido el Estado desde siglos/un
dominio de muchos por pocos./Ah, triste, España, qué engañada fuiste”, y la
conciencia de la Historia con mayúscula para juzgar los errores de los
humanos: “Sólo queda la Historia para que haga justicia/al enemigo de la
libertad”. La sociedad del franquismo con sus miserias se convierte en espejo
de la vida del poeta cuando recuerda la libertad perdida, la voz truncada de
Lorca o la “patria irredenta” («Voz de tierra sin eco», Los ojos de la noche). Su tedio social y su aversión a la realidad
de la larga postguerra se expresa de forma realista en el rechazo de las
“marchas militares,/de rezos y homilías” («El horizonte negro», Los ojos de la noche). Por ello la vida
social y la vida del poeta toman la imagen del topos del desierto, en el cual,
como Cristo, “Desde el
silencio gris de nuestras vidas/hay una voz que clama en el desierto”. Esa voz
es la de la poesía, la voz de los que sufren, de la misma manera que se
identifica con Don Quijote y con los perdedores («Quijotes invisibles en el
viento», Los ojos de la noche).
A pesar de todo
ese dolor del yo y del yo-nosotros el poeta reconoce que “Es hermosa la vida/y,
sin embargo, triste” («Silencio», Los
ojos de la noche), y reconoce los placeres de la vida y del amor, como en
el poema «Adolescente» (Más allá del
silencio), en el que su hondo deseo le lleva al tópico propio del
Romanticismo alemán, según el cual el ser se quiere fundir con la naturaleza y
“ser uno en las cosas” («Llamamiento», Más
allá del silencio), idea que el estudioso Abraham ya rescata en su libro
inédito Manso pájaro triste del recuerdo:
“Todas las cosas quieren ser uno” («Unidad»). Otras veces este ansia de amor y de
vida se encarna en formas de ritmo heptasilábico, y es quizá esta forma poética
riquelmiana más cercana a lo popular, más frecuente en Viento en la tarde, donde el poeta pierde hondura. La última parte
de Los ojos de la noche son poemas de
recuerdos amorosos mediante los que se intenta detener el tiempo pasado junto a
la amada dentro del estupor de la experiencia amorosa, expresado de forma
popularizante con el “no sé qué del amor…”.
Viento en la tarde redunda en los
motivos de los libros anteriores como la muerte o el silencio agavillado en
expresiones e imágenes de orfandad, de tristeza tanática o de destrucción: “ríos
agonizan”, “árboles muertos”, “donde los buenos deseos mueren”, “apocalíptico
jinete”, “cementerios dormidos”, “caballos apocalípticos”. Probablemente la
imagen de la muerte lo persiguió desde niño, ya que no sólo la respiró con la
guerra y la larga sombra que se abatió sobre España tras ella sino desde que
supo que su vida comenzó donde acabó otra, la de la hermana, por eso respiró la
soledad de quien no venía por deseo a este mundo, y por ello buscó el origen,
su origen, la pureza de la identidad y, como hijo de la niebla dijo que “Vamos
hacia el principio de las cosas” («Los hijos de la niebla», Los ojos de la noche), es decir, hacia
ese origen imposible sólo perseguible en la reintegración a la materia tras la
muerte, de ahí la idea de la muerte-resurrección señalada por el editor José
Luis Abraham. Por esa misma razón en su texto en prosa El canto de Orfeo o
límites entre la música y la poesía el propio poeta señala que “Venimos del
silencio y vamos al silencio”, es decir, venimos de la nada antes de la vida y
vamos a la nada después de la muerte. Y por todo ello identifica a la poesía
con el silencio, con el único canto posible del hombre, el de Orfeo, el canto
de la vida que sólo puede nombrar a la muerte y a su vida construida sobre la
ausencia. Esa pulsión de muerte debida a la inautenticidad de su propio
nacimiento, a su inadaptación a la vida y a la realidad social que le tocó
vivir hacen que su poesía toque los grandes misterios de la existencia y le
otorgue hondura. Esa pulsión de muerte que le llevaría a decir “Me dan miedo
las cosas demasiado reales” (Soledad, Los ojos de la noche) o “Me da miedo la
vida. No la muerte” («Poema de la persecución», Ibidem) y que se enmarca como
en un delirio de persecución como el propio poeta titula el poema, según el
cual el poeta se sentía perseguido por una vida que no le pertenecía, que era
de otra persona, y cuando esta sensación lo atenazaba (“El dolor es amigo desde
un profundo día” , «Soledad», Los ojos de
la noche) sólo quería reposar en la paz, en el olvido, en “un lugar lejano,/inaccesible” («El horizonte
negro», Los ojos de la noche), “estar
solo definitivamente” («Soledad», Los
ojos de la noche). Cuando el poeta intenta dar nombre a ese dolor surge la
“verdad callada”, el silencio, lo inefable, la aerización de su ser para
hermanarse con un nuevo ser, con su “ánima”, “hijo de la luz/,… sin origen”
(«Fracaso», Más allá del silencio).
Pascual de
Riquelme merece ocupar un puesto digno en la poesía española, aunque su estigma
será el de un inadaptado no sólo a la vida sino también a la historia de la
poesía. Perteneciente a la generación de los años 60, su gris e inédita vida la
arrastraba con otros dos compañeros de versos y tertulias, Agustín Messeguer (Madrid,
1914-1975) y María Teresa Cervantes (Cartagena, 1931), la única superviviente
de los tres. Precisamente de los tres, en compañía de otros dos compañeros de
versos, el poeta Damián Ximénez (Cartagena, 1941) y el trovero Paco Cantares
(Cartagena, 1901-1966), se editó la antología 4 y Cantares (Cartagena, Asociación Cultural el Diván, 2009), para
mantener la memoria de este grupo de amigos poetas cartageneros. Es de desear
que se editen algunos libros que permanecen aún inéditos de Pascual de Riquelme,
que su obra se dignifique y alcance el lugar donde debió estar, es decir, entre
la poesía digna. Estos tres libros dan fe de ello.
* Mariano Pascual de Riquelme, Más allá del silencio. Los ojos de la noche. Viento en la tarde,
Madrid, Huerga y Fierro, 2013 (edición, estudio preliminar y notas de José Luis
Abraham López)
Carmelo Vera Saura
Pueden contactar con el autor en la dirección electrónica: cvera@acett.org
Carmelo Vera Saura |
Carmelo Vera Saura (Cartagena, Murcia, 1961) enseña Filología Italiana en la Universidad de Sevilla desde 1988.
Ha estudiado y traducido a diversos escritores italianos, entre otros, Leopardi, Pasolini, Govoni, Penna, Bertolucci, Sereni, Geròla, Maffia, Magrelli.
Ha coordinado los volúmenes Homenaje a María Cegarra (Murcia, Editora Regional, 1995), Romanticismo europeo (Universidad de Sevilla, 1997, con J. A. Pacheco), María Cegarra/María Teresa Cervantes, Cartas. La sombra que me acompaña, Madrid, Huerga y Fierro, 2015.
Como poeta ha publicado Eterno adolescente (1981-1989) (Roma, Lepisma, 2008).
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