El
vasto mundo: un grano de polvo en el espacio.
Toda la
ciencia de los hombres: palabras.
Los
pueblos, las bestias y las flores de los siete climas: sombras.
El
resultado de tu meditación perpetua: nada.
Detalle de mosaico con torcularium. Iglesia de Lot y Próculo, Mount Nebo, Jordania |
Los temas de Omar Khayyam son eternos;
aparecen antes y después de él en la literatura universal. Su poesía, breve y
de sencilla factura, se vale fundamentalmente de imágenes inspiradas en la naturaleza –flores,
pájaros, ríos, nubes, viento, arcilla– para cantar la fugacidad de la
existencia y el oscuro destino de los seres humanos.
Convencido de la inutilidad de la ciencia y
la metafísica para responder las eternas preguntas del hombre, ávido y
desencantado, proclama que la embriaguez es el único modo de mitigar el dolor
de la vida:
Nadie
puede comprender lo misterioso. Nadie es capaz de ver
qué
se esconde bajo las apariencias.
Todas nuestras moradas
son
provisionales, salvo la última: la tierra.
¡Bebe
vino! ¡Basta de palabras inútiles!
Y en otros versos:
¡Todos
los reinos por una copa de vino precioso!
¡Todos
los libros y toda la ciencia de los hombres por un suave aroma de vino!
¡Todos
los himnos de amor por la canción del vino que corre! (…)
Su sed de conocimiento, nunca satisfecha, se
transforma en amarga lucidez y en deseo de evadirse, de adormecerse a través
del vino y, también, del amor:
Ven,
mi grácil amada. Quiero pedir a la embriaguez
que me
haga olvidar que nunca sabremos nada (…).
Sus cuartetas, Rubaiyyat, sin embargo, no constituyen un canto a los placeres como
fuente última y precisa de felicidad humana:
¡Vino!
¡Mi corazón enfermo quiere ese remedio!
¡Vino
de aroma almizclado! ¡Vino color de rosa!
¡Vino
para apagar el incendio de mi tristeza!
¡Vino y
tu laúd de cuerdas de seda, amada mía!
Omar Khayyam no es un hedonista. Cuando
invoca el placer del vino o del amor no lo hace desde la mesura apolínea (2) de Epicuro; no los concibe como
disfrute razonable y fin natural de la existencia humana. Muy al contrario,
para el poeta, el vino y el amor son imperfecta medicina que debe apurarse sin
tasa, bálsamo que mitiga, pero no cura la sinrazón de la vida:
¡Laúdes,
perfumes y copas; labios, cabelleras y grandes ojos,
juguetes que el tiempo destruye, juguetes!
¡Austeridad,
soledad y labor; meditación, plegaria y renuncia,
cenizas
que el tiempo aplasta, cenizas!
Por otra parte, carece del tono jocoso, distante
e irónico de Anacreonte, su predecesor más emblemático, quien, además de cantar
el amor de esquivos efebos y procaces hetairas de Lesbos, ya había convertido
el vino y la embriaguez en materia poética. Khayyam toma el amor con la misma
tristeza y melancolía con que trasiega vino. La presencia constante de la
muerte mediatiza el gozo de cualquier instante:
Tenía sueño. La Sabiduría me dijo: “Las rosas de la felicidad
no
perfuman jamás el sueño. En lugar de abandonarte
a
este hermano de la Muerte, ¡bebe vino!
Tienes
toda la eternidad para dormir”.
Asimismo, su escepticismo religioso lo aboca
a una absoluta desesperanza. Para Khayyam, Alá ha dotado al hombre de lucidez y
consciencia de sí mismo y del mundo, pero le ha negado las claves de la
existencia humana. Lo ha hecho inteligente, lo ha capacitado para preguntarse
sobre todas las cosas y, a la vez, le ha vedado las respuestas.
Intensifica
aún más su pesimismo la percepción de Dios como un ente lejano e insensible. Y
en este extremo coincide con Epicuro; la divinidad es indiferente a la suerte
de los hombres puesto que no se inmuta ante las miserias de sus criaturas:
El
creador del universo y de las estrellas
verdaderamente
se superó al crear el dolor.
Labios
como el rubí, cabelleras perfumadas,
¿cuántas
sois bajo la tierra?
Y
en otra cuarteta:
El
bien y el mal aquí abajo se disputan la ventaja.
El
cielo no es responsable de la felicidad o de la desgracia (…)
No
des gracias al cielo.
No
lo acuses… Es tan indiferente a tus alegrías como a tus penas.
Ante la indiferencia de Dios por nuestra
suerte, la existencia está en manos del azar:
(…)
Lo que ha de sucederte está escrito en el Libro
que
hojea, al azar, el viento de la eternidad.
Temas recurrentes de sus cuartetas serán,
por tanto, la fugacidad de la vida y la llegada de la muerte:
(…)
Nuestra vida es breve como un incendio. Llamas que se olvidan,
cenizas
que el viento dispersa: un hombre ha vivido.
Ambos temas, fugacidad y muerte, aparecen
como únicas certezas comprobables, único destino ineludible:
El
viento del Sur ha marchitado aquella rosa
de
la cual el ruiseñor cantaba sus elogios.
¿Debemos
llorar por ella o por nosotros?
Cuando
la Muerte haya marchitado nuestras mejillas, otras rosas florecerán.
Insta
a disfrutar el presente, el carpe diem, que en Omar Khayyam se transforma en un
aquí y ahora no exento de amargura:
¡Bebe
vino! Recibirás vida eterna.
El
vino es el único filtro que puede devolverte tu juventud.
¡Divina
estación de las rosas, del vino y de los amigos!
Goza
de este instante fugitivo que es la vida.
En
sus Rubaiyyat, a veces, la muerte
también da paso a la vida:
(…)
La violeta nace de una peca
que
estrellaba el rostro de un adolescente (…).
Y la misma
muerte convierte a los hombres en arcilla con la que se fabrican las jarras y
las copas de vino, que ayudarán a otros hombres a sobrellevar la existencia:
En
un susurro dijo la arcilla
al
alfarero que la amasaba:
“Recuerda
que he sido como tú…
No
me maltrates”.
También en
estos versos:
(…)Antaño
esta jarra era un pobre amante
que
gemía por la indiferencia de una mujer (…)
Igual que para otros poetas, antes y después
de él, la vida se representa como un sueño infortunado y breve:
(…)
No busques la felicidad. La vida es más breve que un suspiro.
El universo es un espejismo. La vida, un sueño
(…).
Un sueño presente también en la muerte:
Sueño
sobre la tierra. Sueño bajo la tierra.
Sobre
la tierra, bajo la tierra, cuerpos tendidos.
Nada
en todas partes. Desierto de la nada.
Unos
hombres llegan. Otros se van.
Finalmente, Omar Khayyam no puede
distanciarse ni mediante el vino, ni mediante el amor, de su ansia metafísica
nunca saciada, del vacío que para él representa la existencia; no puede,
definitivamente, sustraerse a su pesimismo poético y vital:
Bebe vino
porque dormirás mucho tiempo
bajo
tierra, sin amigo, sin mujer.
Yo te
confío un secreto:
los
tulipanes marchitos no vuelven a florecer.
Isabel Martín Salinas
(1)
Khayyam, Omar. Rubaiyyat. Traducción
de Ramón Hervás. Barcelona: Ediciones 29, 1993.
(2)
Nietzsche, Friedrich. El Nacimiento de la
Tragedia. Madrid: Alianza Editorial,
1980.
Pueden contactar con la autora en la dirección electrónica: imsalinas@telefonica.net
Ha sido finalista para el Premio Andalucía de la
crítica 2012 en la modalidad de Teatro por sus textos dramáticos El hoyo 18.Un soplo de viento.
Colaboró como guionista en el
Magazín “A pleno sur”, de Canal Sur Radio, Almería (1989-1992).
Posteriormente ha desarrollado una intensa actividad teatral como
dramaturga, directora de escena y actriz. Parte de su producción poética
se encuentra ya en sus textos teatrales y ha sido también publicada en
numerosas antologías. Musicaliza y canta sus propios poemas.
Como cantautora ha
participado en un centenar de recitales. Es autora del libreto para ópera El Maestro. Pertenece a la Asociación de
Autores de Teatro de España, a la ACE-Andalucía,
a la Unión Nacional de Escritores de España, a la Asociación
Cultural y Literaria La Avellaneda y
a la SGAE.
Publicaciones:
El pozo. La noche
de Diógenes. ¡Menos cuento! Teatro
Escogido. IEA, 2007.
Collar de cerezas.
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2007.Teatro español. Siglo 21º CDU: 821.134.2-2"21"
Rita, en Mujeres
para mujeres. Teatro breve. Varias autoras. Instituto Andaluz de la
Mujer-Jirones de azul, 2009.
El hoyo 18. Un soplo de viento. Teatro en internet nº 8. Consejería de Cultura, 2011. Sombra mía. En Dime
que me quieres. Narrativa. Ayuntamiento de Málaga, 2009.
Hispania,
Hispania. Segundas partes. Verano del membrillo. Instituto de Estudios Almerienses, 2012.
A
ráfagas tu nombre. Poemario. Ediciones Torremozas, 2014.
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