Francisco Basallote. Fotografía de su hijo, Francisco Basallote |
La pervivencia ejemplar de la poesía en cualquier sociedad y tiempo la convierten en símbolo de indómita resistencia frente a quienes ansían liquidar lo poético de la vida.
Pensar
la fugacidad que somos: sencillamente de paso, como aves migratorias. El
presagio del estío será la advertencia en invierno. Quizá no volvamos a ver a
aquel anciano que dormita en el banco de la plaza, amparado por la sombra
benefactora del naranjo amargo, y que forma parte de nuestra cotidianidad a
pesar de desconocer su nombre. Es el anonimato de la coexistencia. La mirada
reposa y rebosa finitud. La veracidad de la emoción es irremediable. Tamiza el
pormenor que nos habita de forma extraña y rezuma nostalgia. En la poesía el
tiempo no sucumbe al tiempo, sencillamente comparte su soledad. La íntima
soledad renacida en cada nueva lectura, en la geografía lírica que exploramos
sin mapa ni brújula, a pensamiento y sentimiento gentil. Ese acontecer que
súbitamente nos interpela y ante el que guardamos silencio, porque escuchamos
en los del poema la reverberación de los nuestros. Juan Gelman abrevia este
sorbo y lo degusta, “En la poesía se
escuchan los silencios. Y eso es también realidad del hombre”.
La
poesía es estancia de la memoria que huidiza deja un rastro apenas
perceptible. Un indicio que a modo de resplandor parpadea un brevísimo instante
de luz para entrever el lenguaje, siempre renovador y revelador que contiene y
expresa: “no hay poesía sin sociedad,
pero la manera de ser social de la poesía es contradictoria: afirma y niega
simultáneamente al habla, que es palabra social; no hay sociedad sin poesía,
pero la sociedad no puede realizarse nunca como poesía, nunca es poética. A
veces los dos términos aspiran a desvincularse. No pueden. Una sociedad sin
poesía carecería de lenguaje”. La palabra enuncia el mundo. La palabra
poética le insufla espíritu. Octavio Paz dialoga con la palabra y, a través de
ella, lo hace con aquél. El poeta no escribe, intuye la escritura. Primero es
el signo, luego la expresión, más tarde el viaje a lo desconocido. El mensaje encerrado
en una botella que arriba a la playa, hasta que su hallazgo circunstancial
encienda una mirada desconocida.
Francisco
Basallote hace cantar al silencio. La edición de su reciente obra Hasta el cantil del viento (1987-2013),
vasto y luciente recorrido en un periodo que comprende más de 25 años de
creación poética, atesora el genuino ejercicio e introspectivo testimonio de belleza
consciente. La riqueza de imágenes no se superpone al lenguaje. Lo dota de
responsabilidad. Es decir, lo hace trascendente al desatender los espejismos de
modas pasajeras y ceñirse al compromiso profundo de un eco que mana
autenticidad. Su palabra abunda en el misterio y presagio del alma,
favoreciendo ese lugar de acomodo reposado, reflexivo y contemplativo en el que
la conciencia poética arbitra su lugar en el mundo para designar el don de la
levedad. Esta obra antológica es testimonio de un tiempo que se escribe en el
cielo de la mirada del poeta, desde la que nos invita a desposeernos de todo
aquello que no sea esencial. Y siempre desde tres principios poéticos
irrenunciables: sencillez, claridad y emoción.
Labio
sobre labio.
Medida de existencia que hace lo indecible para renunciar a la estirpe de malogrados
deseos que componen nuestra humanidad. La poesía nos reduce a lo que somos;
sólo eso, tanto como eso, nada más que eso: febril y desconsolada soledad que
respira en su propia herida y clama la pérdida. Francisco Basallote construye
un universo polifónico donde la sílaba
viva que éste representa y que señala Peter Sloterdijk, se repite hasta
elaborar un registro de la memoria y de la conciencia. Memoria del tiempo y
conciencia del mundo para desandar el lenguaje y balbucear de nuevo ante la
experiencia vital. “Tiempo fuera del
tiempo, un poema atestigua dolorosamente la fugacidad de lo visible y de lo
vivido y también la alza en su frágil plenitud”. Antonio Muñoz Molina mira
a los ojos de Juan Ramón Jiménez, “Y para
recordar porqué he venido, estoy diciendo yo”. Nombrar en primera persona el
desamparo. El poeta vejeriego lo arrulla para que concilie el sueño: “Si como un reptil / se te enrosca la emoción / al
árbol de las lágrimas / al poner los
pies en este umbral / no lo hagas
porque evoques los días del limbo / hazlo
precisamente / porque es triste /
que el único destino de las puertas /
sea cerrarlas…” Con esta obra
antológica de más de 350 páginas, nos revela la cadencia de su paso paciente y
sereno, alejado del murmullo vocinglero y presencia escaparatista. Holla la
senda ignota del ensordecedor silencio. Silencio que es tránsito poético en el enigma
que apela a nuestro entendimiento, celosía que preserva la intimidad “Sólo el tiempo escribirá la clave / sobre el azul, abierto, casi libro / para que puedas descifrar el cielo”.
Entonces, entre el sonido monocorde de lo previsible y la percusión confusa que
agita y descompone nuestra abigarrada naturaleza, la esencia intacta: sólo el
tiempo principia el poema. Lo designa sin edad. Un tiempo siempre nuevo, aún por
llegar, todavía desconocido. Implícito en el titular persistente que escribió
Ezra Pound, “La única noticia es la
poesía”
Pedro Luis
Ibáñez Lérida
Pueden contactar con el autor en la dirección electrónica: pedrolerida@gmail.com
Artículo publicado en Luz Cultural Magazine, dentro de la sección El destello del almirez. Pueden acceder a su lectura también AQUÍ
Pedro Luis Ibáñez Lérida |
Poeta. Articulista, crítico y comentarista literario en diversos medios de comunicación.
Miembro de la Asociación Colegial de Escritores de Andalucía -ACE-Andalucía- y representante de esta entidad en la provincia de Sevilla.
Pertenece a la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios -AAEC-.
Miembro del Consejo de redacción Nueva Grecia, revista estacional de literatura.
Pertenece al Centro Andaluz de la Letras -CAL-. Forma parte de diversas antologías.Su última obra publicada El milagro y la herida
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